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Exposiciones y arte en museos de Berlín

Exposiciones de arte de Berlín (Parte 1)

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Publicado 27.03.20 | Jose Ángel González

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El movimiento era un modo de vida para Claude Monet (1840-1926), el pintor francés que bautizó el Impresionismo —la escuela tomó el nombre a partir de uno de sus cuadros, Impresión: soleil levant (Impresión, sol naciente, 1847)—. El artista y su errancia son los ejes de la exposición “Monet. Orte” (Monet: lugares), una propuesta que el Museo Barberini de Potsdam exhibe hasta el uno de junio.

Exposiciones en Potsdam Museo Barberini

Montada en colaboración con el Museo de Arte de Denver (EE.UU.), donde causó sensación desde otoño de 2019, con todo el billetaje agotado pese a un par de extensiones en la agenda. El lema de la muestra incide en el deseo del autor de captar espacios y diversidad. Monet sólo era capaz de pintar al aire libre y frente al objeto que estaba trazando: trabajaba en varios cuadros a la vez para no perder los cambiantes efectos de la luz.

Arte en Potsdam. Monet, el pintor de la magia de los espacios

Fue tratado con desprecio en sus primeros años. La crítica tradicionalista opinaba que los impresionistas dejaban los cuadros sin terminar para engatusar al público con los ambientes brumosos y la texturas misteriosas. Monet fue terco en los postulados de trascender las apariencias físicas y superar la realidad material mediante la interpretación visual de los ambientes. El tiempo fue justo con el pintor, que se convirtió en uno de los más admirados y cotizados de los siglos XIX y XX.

Con más de un centenar de obras, la muestra de arte del Barberini en Potsdam abarca todas las fases del prolífico artista francés, con telas que pintó en sus muchos desplazamientos en busca de motivos —París, Londres, los pueblos del valle del Sena, las costas de Normandía y Bretaña, los ambientes mediterráneos de Venecia y Antibes…—. También hay piezas, cómo no, pintadas en su “recinto sagrado”, el jardín de la casa de Giverny, en la Alta Normandía, en la que vivió 43 años, entre 1883 y la muerte. Allí, en el hogar de los nenúfares que nunca se cansaba de retratar, demostró que un aura o atmósfera específica habita mágicamente en ciertos lugares.

Museo Barberini foto Helge Mundt

Recordando el Reichstag ‘empaquetado’ de 1995

“Hacemos cosas hermosas, increíblemente inútiles, totalmente innecesarias”. ¿A qué se refiere esta declaración artística que suena a broma? Una de las respuestas prototípicas es: envolver la gran masa del Reichstag con 100.000 metros cuadrados de tela de poliprolineo, cubierta con una capa de aluminio, y atarla con 15,6 kilómetros de cuerda. La gran mole de la sede gubernativa se convirtió durante dos semanas del verano de 1995, en un bulto que ganó en lucimiento por la extrañeza. Cinco millones de visitantes lo entendieron así y se acercaron, fascinados, a ver el edificio empaquetado. Un edificio histórico durante el tercer Reich volvía a estar en boca de todos.

De similar calibre son todas las obras transgresoras, alocadas y de gran impacto por dimensiones, localización y espectacularidad, de una de las parejas artísticas más populares de nuestro tiempo: Christo Vladimirov Javacheff y su mujer Jeanne-Claude (ambos nacieron el mismo día, el 13 de abril de 1935, él en Bulgaria y ella en Marruecos, y ella murió en 2009 en Nueva York).

El Palais Populaire, foro cultural del Deutsche Bank, presenta hasta el 21 de agosto “Christo and Jeanne-Claude – Projects 1963-2020” (Christo y Jeanne-Claude – Proyectos 1963-2020), una exposición sobre dos creadores que se convirtieron en una comunidad y, según los organizadores, “lograron romper los límites del mundo del arte e interesar a un público amplio y de todos los estratos sociales”.

La muestra se centra en detallar el envoltorio del Reichstag, al que Christo y Jeanne-Claude dedicaron más de dos décadas para convencer a los casi 700 diputados. El aprobado final fue tema de una sesión parlamentaria.

Reichstagsgebäude 1995

La fascinación de Picasso por las odaliscas de Delacroix

«¡Ese bastardo pintaba realmente bien!», comentó Pablo Picasso (1881-1973), muy escueto cuando de elogios se trataba, sobre la obra de Eugene Delacroix (1798-1863), un pintor que inauguró la modernidad, se mostró interesado en culturas ajenas a las clásicas o europeas y, como el español, fue acusado por crear de manera volcánica e impulsiva y de ser descuidado en el acabado de los cuadros.

El Museum Berggruen, uno de los grandes museos de Berlín, traza un vínculo justificado entre ambos paladines del arte moderno en “Pablo Picasso. Les Femmes d’Alger(Pablo Picasso: las mujeres de Argel), una exposición que, del 20 de junio al 13 de septiembre, muestra obras en lienzo y papel que el maestro produjo durante los años cincuenta del siglo XX, cuando decidió cambiar otra vez de estilo y entregarse a la reinterpretación de los artistas a los que admiraba con más entusiasmo: Velázquez, Goya, Manet, Coubert y Delacroix.

Para rendir homenaje al autor de “La libertad guiando al pueblo”, el malagueño, que ya era una estrella global e interesaba más a la opinión pública por la vida privada que por el arte, eligió uno de los temarios más valientes y arriesgados de Delacroix: sus viajes a Argelia y Marruecos en 1832, cuando se convirtió en el primer artista no musulmán en colarse en varios harenes y pintar del natural el día a día de las concubinas. Los óleos y dibujos que emergieron de aquella expedición responden a la principal virtud que el francés deseaba alcanzar. «El mérito de una pintura es producir una fiesta para la vista (…) Los ojos han de tener capacidad para gozar la belleza. Muchos tienen el mirar falso o inerte, ven los objetos, pero no su excelencia», escribió en una entrada de sus diarios.

Espoleado por la atracción hacia Delacroix, Picasso produjo, entre 1955 y 1956, 15 óleos y varios centenares de dibujos. Unas semanas antes había muerto su amigo y rival, Henri Matisse (1869-1954), cuyas odaliscas también pesaron en el estilo, el detalle y la ornamentación de las mujeres orientales imaginadas por el español. Las obras que expone el Berggruen fueron pintadas en la villa recién comprada por Picasso La Californie, una mansión belle epoque enlomada sobre Cannes. La luminosidad intensa, el frondoso jardín y la cercanía del Mediterráneo están presentes y parecen aconsejados por el voluptuoso Delacroix.

Jose Ángel González  

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