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La Conferencia de Potsdam

Conferencia de Potsdam Alemania tras el Nazismo

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Publicado 15.04.20 | Helena Celdrán Green

75 Aniversario de la Conferencia de Potsdam ¿Qué impacto tuvo este acuerdo después de la segunda guerra mundial? Leer

Aniversario de la Conferencia de Potsdam

Tres egos, la Guerra Fría y la bomba atómica

Se cumplen 75 años de la Conferencia de Potsdam, la histórica reunión que perfiló la política internacional durante décadas y decidió el futuro de Alemania tras el nazismo.

En los posados para la prensa, los líderes participantes de la Conferencia de Potsdam aparecen sentados en sillones de mimbre, adecuados para el entorno de jardines en que se celebra la reunión. Iósif Stalin, líder de la Unión Soviética, desprende satisfacción. Luce una chaqueta militar de un blanco intenso, con botones dorados y charreteras, con un cuello mao que no terminaba de parecerle cómodo. Pero no hay rastro de incomodidad en su actitud.

El georgiano, dictador de un régimen criminal, despliega con autoridad los brazos, las rodillas apuntan hacia afuera, regala a los fotógrafos una expresión supuestamente afable. ¿Quién diría que ya sabe de la existencia de la bomba atómica y que además la tienen los Estados Unidos?

Junto a él, Harry Truman, que solo llevaba al mando 82 días. Vicepresidente de Franklin Delano Roosevelt, asumió el cargo porque Roosevelt había muerto de modo repentino, a consecuencia de una hemorragia cerebral, en abril de 1945.

Stalin, “honesto… Pero listo como el demonio”

Como su predecesor, Truman quería llevarse bien con la Unión Soviética y no le costó mucho trabajo: el primer día de la conferencia ya estaba fascinado por Stalin.

Hijo de un granjero y ganadero, nacido y criado en Misuri, el recién llegado presidente de los EE.UU. anota en su diario (con errores de concordancia y despistes gramaticales y ortográficos) que veía al líder soviético «honesto… Pero listo como el demonio». Confundió la brusquedad de Stalin con franqueza y su interés por escuchar, con compromiso. Desconfiaba sin embargo del «listo» de Churchill, al que veía como un engatusador.

A la derecha de Truman, Churchill sujeta con desgana la gorra militar del ejército británico. A pesar del desgaste y el cansancio de la guerra, el primer ministro del Reino Unido conservaba el entusiasmo que le producía gobernar y manejar asuntos importantes. Pero el viejo dirigente estaba en horas bajas. Dudaba de Truman, lo veía demasiado blando con los comunistas. Había que imponerse o Stalin se comería Europa.

La derrota electoral (y la tristeza) de Churchill

El británico afrontaba la reunión con cierta tristeza, pensando en las negativas y frustraciones que le esperaban. Además, le preocupaba el resultado de las elecciones. Estaba en lo cierto, perdió y no vio culminar la conferencia. Churchill, líder del Partido Conservador, fue sustituido en Potsdam el 26 de julio por el laborista Clement Attlee.

Stalin, Roosevelt y Churchill se habían reunido en dos ocasiones antes de la caída de Hitler. Sellaron su alianza contra el nazismo en 1943, en la Conferencia de Teherán. En la de Yalta (febrero de 1945), con la victoria a la vista, comenzaron a negociar el destino inmediato de Europa tras la guerra.

LOS TRES GRANDES DURANTE LA CONFERENCIA DE POTSDAM
Foto: Cuerpo de Señales del Ejército de EE. UU.
© Cortesía de la Biblioteca Harry S. Truman

La reunión en Potsdam perfiló la Guerra Fría. Era la última oportunidad para dejar las cosas claras. La camaradería debía prevalecer por el interés de todos, pero las ambiciones cambiaron: en Yalta avistaban la victoria; en Potsdam, ya eran vencedores. Habían que dejar claros los objetivos y consecuencias en la conferencia de Potsdam.

El palacio ‘disfrazado’ de casa de campo inglesa

Alemania había firmado su rendición el 8 de mayo de 1945. El 5 de junio, los países ganadores se hicieron con la soberanía. Stalin propuso la ciudad de Potsdam, muy cercana a Berlín y ni mucho menos tan destruida, como lugar para celebrar una conferencia que condicionó la política internacional en las décadas siguientes.

El encuentro tuvo lugar del 17 de julio al 2 de agosto de 1945 en el Palacio de Cecilienhof, una de las cosas que ver en Potsdam es esta hermosa pero fallida residencia real que el Káiser Guillermo II construyó para su hijo, Guillermo príncipe de Prusia, el heredero que nunca reinaría.

Bautizada así en honor a la mujer del príncipe (Cecilia de Mecklemburgo-Schwerin), la residencia de la pareja aspirante al trono no traía a la memoria colectiva tiempos felices y había sido polémica por haberse construido durante la I Guerra Mundial: de 1914 a 1917. Tal vez como intento de disimular la ostentación, no parece un palacio, sino una casa de campo estilo Tudor de la campiña inglesa.

El gran hall de Cecilienhof se convirtió en la sala central de la cumbre, con una mesa redonda de 3,5 metros de diámetro, fabricada para la ocasión por la empresa de muebles Lux de Moscú. Allí se llevarían a cabo los acuerdos de la Conferencia de Potsdam.

Reeducar a los alemanes

¿Qué pasaría con Alemania tras la derrota? Los tres líderes ratificaron la división del mapa alemán en cuatro zonas de ocupación, ya diseñadas en Yalta. Habría un sector soviético, uno estadounidense, uno británico y otro francés. A Francia, excluida de las negociaciones —Charles Degaulle no tenía una buena relación con los EE UU ni con el Reino Unido—, se le otorgó una zona de ocupación para reconocer su papel decisivo en el avance de las tropas aliadas durante la guerra.

Entre las medidas tomadas en la Conferencia de Potsdam, los alemanes debían dejar atrás el nazismo con un programa de reeducación. Había que buscar a los responsables de los crímenes nazis para juzgarlos; desmilitarizar el país eliminando o controlando la fabricación de material que pudiera usarse con fines bélicos, revertir las anexiones territoriales de los países ocupados en el avance nazi…

Otro de los puntos importantes de la Conferencia de Potsdam, y tema espinoso, era las fronteras con Polonia, arrasada por Hitler y también víctima de la ambición de Stalin.

Los líderes establecieron la frontera polaca en la línea Óder-Neisse. La Unión Soviética no solo se quedaba con la parte oriental de Alemania, que correspondía a su zona de ocupación, sino a los territorios polacos que habían sido alemanes.

Además, Stalin había construido un gobierno procomunista en el territorio y estaba decidido a convertir Polonia en un satélite de la URSS. Muy a pesar de los Estados Unidos y del Reino Unido, con cierta vergüenza incluso, a Occidente no le quedaba otra para seguir negociando que sacrificar Polonia —que, para colmo, había sido su aliada— y aceptar el gobierno títere impuesto por la Unión Soviética.

“Los niños” atómicos que EE.UU lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki

El 16 de julio de 1945, Truman recibió en Potsdam un telegrama con este texto: “Los niños, nacidos satisfactoriamente”. Era la confirmación de que a las 5:30 de ese día, en Alamogordo (Nuevo México) había tenido lugar con éxito el primer ensayo atómico de la historia.

Tenían un arma nueva, incontestable. También un frente de batalla pendiente, el del Pacífico, con Japón, que había atacado en diciembre de 1941 a los EE.UU. en la base militar de Pearl Harbor (Hawái) y provocado así la entrada de los estadounidenses en la II Guerra Mundial.

El ejército imperial comenzó el siglo XX invadiendo Manchuria, Taiwán y Corea. Los planes de engullir China y someter a la población; así como la ayuda económica y bélica que prestaba la URSS a China habían llevado a Japón a aliarse con Hitler en 1936.

Ultimátum a Japón desde Potsdam

Los EE.UU. habían luchado por tierra, mar y aire en el Pacífico y durante la celebración de la declaración de Potsdam estaban a punto de la victoria, pero sus enemigos no se habían rendido de manera oficial y los estadounidenses exigían que así fuera.

El 26 de julio, Truman, Churchill y Chiang Kai-shek (representante de China, no presente en la conferencia) hicieron pública la Declaración de Potsdam, un ultimátum a Japón para rendirse sin condiciones. La Unión Soviética no tomó parte en el documento, ya que se mantuvo neutral en la guerra contra Japón.

No hubo respuesta desde Tokio. La consecuencia fue el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto. Murieron más de 250.000 personas. A día de hoy aún se desconoce con precisión cuántos murieron de cáncer o sufrieron defectos de nacimiento a causa del ataque.

Helena Celdrán Green

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